El Regreso de La Bestia

Por Daniele Rocchi

Scott en la base de la Vuelta del Cañón, mientras Rocchi rappelea. Foto: Allan Brenes

Para la Semana Santa del 2017 decidimos emprender nuestra primera ruta multidía. No teníamos siquiera un año de haber formado Toros Canyoning y aunque ya habíamos logrado aperturar grandes rutas como Gata Fiera y Mordor, no teníamos experiencia en lo que sería acarrear tanto peso dentro del cañón como para hacer bivouac varios días, ni tampoco estimar bien cuánto lograríamos avanzar cada día de marcha.

 Inicialmente, en nuestra ingenuidad de novatos, teníamos pensado recorrer el cañón del Rio Ángel en su totalidad, desde la Laguna Botos hasta la ruta 126: 12Km de cañón que probablemente habría resultado en nuestra muerte.

 Pues con una buena dosis de pasión e incauto positivismo emprendimos hacer nuestro sueño realidad. Ocupábamos grandes mochilas de canyoning para transportar muchísimo peso y cuerdas largas y livianas. Me puse en contacto con la marca Imlay Canyon Gear explicándoles nuestra visión y solicitando un apoyo para poderla hacer realidad. Por suerte respondieron positivamente y pocas semanas después Scott se trajo de Estados Unidos una montaña de equipo: maletines flotantes, cuerdas, sacas y más.

Los Toros de aquel entonces con la generosa donación de Imlay Canyon Gear

Teníamos todo listo, pero ya que la vida es como la escalera de un gallinero (corta y llena de mierda) el Volcán Poás, después de décadas de calma, comenzaba a dar señales de estar despertando. Las autoridades cerraron y evacuaron el parque, y no solo eso, los guardaparques patrullaban nuestra ruta de acceso planeada tratando de evitar que turistas subieran ilegalmente al cráter en un periodo cuando el coloso estaba dando señales de vida.

Llegada Semana Santa teníamos que tomar una decisión: ¿procedíamos con el plan de recorrer el cañón del Ángel? ¿Aún sabiendo que nuestra ruta estaba comprometida y que el OVSICORI decía que una erupción era inminente?

 Es muy fácil ahora en retrospectiva decir que debimos de haber cancelado todo, pero en aquel entonces también era fácil pensar: “bueno, el OVSICORI dice muchas cosas que luego no pasan”. Además, es difícil explicar la presión que se siente cuándo se ha pasado un año soñando y hablando de un proyecto y pidiendo apoyos y patrocinios para hacerlo realidad. Había personas que creyeron en nuestro proyecto, nos habían apoyado; ¿no podíamos echarnos atrás ahora, solo por la amenaza de una erupción que probablemente no ocurriría, cierto?

 Bueno, al final optamos no entrar al Río Ángel: el riesgo de que nos pillaran los guardaparques y confiscaran todo el equipo recién donado por Imlay Canyon Gear nos aterrorizaba. Pero teníamos que sustituir el proyecto con otro de una magnitud similar, que ameritara el uso de todo este equipo para sobrevivir en el cañón varios días. Optamos por el Río Anonos.

 Para aquellos que no conocen el Río Anonos, es un afluente del Río Toro cuya naciente se ubica cerca del cráter del Volcán Poas. Recorre un barranco bien profundo con paredes casi verticales de 400 metros de profundidad hasta llegar a una gran catarata de aproximadamente 70 metros conocida como La Vuelta del Cañón, donde el barranco se abre y el río cruza el pequeño pueblo de Bajos del Toro. Habíamos soñado con este cañón desde haber visto el increíble video de Jean Paul Dinarte, quien voló un drone a lo largo del barranco, filmando una serie de cataratas que ningún ser humano había jamás logrado alcanzar. Aquí está el video que puso a volar nuestra imaginación, por si lo quieren ver:

Pues el Martes 11 de Abril del 2017, Victor Carvajal, Scott Trescott, Johan Aguilar Vargas y yo (Daniele Rocchi) equipados con cuerdas, taladros, martillos, hamacas, toldos, comida, neoprenos y demás, con la ayuda de 4 sherpas locales que nos ayudaron a jalar ese montón de peso hasta casi el cráter del Volcán, subimos por un sendero menos transitado (que no estaba en la mira de los guardaparques) y alcanzamos la boca del cañón. Dormimos una primera noche en el bosque, ansiosos de empezar nuestro recorrido el día siguiente.

Scott Trescott, Johan Aguilar y Daniele Rocchi a la par de nuestra fogata previo al ingreso al cañón. Foto: Victor Carvajal

Al amanecer ingresamos al río: en ese punto, un mero yurro de agua rodeado de maleza. Durante todo el día avanzamos, realizando unos cuantos rappeles, bajando nuestros pesadísimos maletines (35Kg) como si fueran integrantes adicionales de nuestro team. Después de un largo día, cansados pero satisfechos, montamos campamento a la par de una catarata, planeando seguir nuestro recorrido el día siguiente.

Hicimos una fogata, contamos chistes, cocinamos y comimos, para finalmente acurrucarnos en nuestro bivouac. Al ser aproximadamente las 7pm, escucho la voz de Johan gritar las ahora famosas palabras: “¡Mae Rocchi! ¡Está lloviendo sal!”

 Medio ruleado en mi bivouac, pero captando el sentido de urgencia y el miedo en su voz solo pensé: “¿qué es esa mierda tan bíblica?” y me asomé con mi lampara de cabeza. El paisaje estaba cubierto de blanco, como si estuviera nevando.

Resulta que el OVSICORI no estaba tan detrás del palo. Esa noche y la mañana siguiente, el Volcán Poás experimentó sus dos mayores erupciones en casi un siglo, lanzando una pluma de vapor, gases y ceniza que alcanzó los 4Kms de elevación, lanzando grandes bloques de piedra que impactaron el mirador y más allá. La ceniza cayó en el río, convirtiendo las cristalinas aguas (nuestra única fuente de agua potable) en un lodo grisáceo y acídico. La enorme nube de gas convirtió nuestro pronóstico de full sol en una tormenta permanente con lluvia ácida y el aire se volvió acre y pesado para nuestros pulmones.

 Si ven esta foto de aquí abajo, fue en el corazón de esta linda nube donde nos vimos atrapados, sin otra opción más que la de seguir avanzando. Un viaje soñado se convirtió en una pesadilla, y los 4 días que siguieron fueron un intento desesperado por sobrevivir. No paró de llover casi nunca, las noches eran frías y miserables y dormir era casi imposible, el temor de una cabeza de agua o peor aún, un lahar (un peligrosísimo deslizamiento de ceniza y lodo volcánico), era constante.

¡Que lindo clima para hacer canyoning! Foto: Scott Rovak

Con cada día que pasaba teníamos menos fuerza, comenzábamos a pensar menos claro y a cometer más errores. El último día perdimos parte de nuestra comida y nuestro equipo, tuvimos que cortar una cuerda que se quedó pegada, y en general estábamos sumamente desmoralizados. Fue también ese cuarto y último día que llegamos a la parte más profunda del cañón, donde las paredes se vuelven completamente verticales y donde encontramos una maravillosa garganta esculpida y una gran sala circular de agua profunda que apodamos “la lavadora”. Era un lugar realmente increíble, pero dadas las circunstancias, era difícil disfrutarlo: solo pensábamos salir con vida. No tomamos ni fotos ni videos.

Finalmente, ese último día, el Sábado 15 de Abril, alcanzamos la catarata La Vuelta del Cañón y logramos salir del barranco, alcanzando el pueblo de Bajos del Toro alrededor de las 9 de la noche.

 La historia completa y detallada de ese recorrido la dejaremos para otro momento (pronto), pero basta de decir que nuestra exploración del Río Anonos fue realmente una Odisea, una bestialidad, y por eso bautizamos la ruta “La Bestia”.

Tal vez debido al fenómeno de la retrospección idílica los últimos 4 años he venido pensando en regresar a La Bestia, para volver a recorrer esos pasajes esculpidos del último día y volver a lanzarnos a “la lavadora” y volver a descender la maravillosa catarata La Vuelta del Cañón. Pero la bestialidad de volver a emprender 5 pesadísimos días de expedición (1 de acercamiento y 4 en el cañón) solo para volver a recorrer ese segmento era un disuasivo para mis ganas. ¿Tenía que haber una forma de acceder a ese segmento de La Bestia sin hacer toda la ruta completa, cierto? ¿Algo más sencillo?

 Pues sí… y no…

 Hace un tiempo en google earth y en las hojas topográficos identifique’ lo que parecía un tributario seco (o estacionario) del Anonos, más corto (pero más vertical) y que inicia en “La Peña de Chepe” (Cerro San Isidro) y se une a “La Bestia” justo antes del segmento que nos interesaba. En mi cabeza, le puse a esta ruta “La Bestia Corta”.

La línea roja era mi plan para interceptar La Bestia. Como suele suceder, se ve más fácil desde atrás de la pantalla de la compu, sentado y con café en mano.

Lo había hablado con Scott y con Víctor, a quienes les había parecido interesante, pero siendo veteranos del viaje original y posiblemente sufriendo algo de Síndrome de Estrés Postraumático igual que yo, su interés era algo apagado. Un día hablando caca le mencione’ la idea a Allan Brenes, quien no habiendo parido con la expedición original se entusiasmó todo: “MAAEEEEE, YO QUIERO CONOCER EL CAÑÓN DEL ANONOS! HAGAMOSLO, PORFAVOR!”

Esa ingenuidad y positivismo fue justo el carbón que necesitaba para poner esta expedición en el mapa: íbamos a recorrer La Bestia Corta y regresar a las entrañas del Anonos.

 Lo que pronto descubriríamos es que no existe Bestia Corta: eso es una quimera. La Bestia es la Bestia, por donde quiere que se le entre.

 Hicimos un par de giras previas de inspección y a la tercera emprendimos el descenso sin vuelta atrás.

Scott mira hacia el corazón de La Bestia desde “la peña de Chepe”, poco antes de iniciar nuestro recorrido. Foto: Allan Brenes

Parte 1: El Descenso al Barranco

Scott armando en el empinado descenso. Si uno comienza a rodar en este punto, se detiene 250 metros más abajo. Foto: Allan Brenes

El descenso hacia el barranco consiste en 250 metros verticales por unos zacatales empinadísimos. Hay partes se pueden desescalar pero otras requieren rappel, dado que no hay árboles, solo zacate y vegetación enana. Nuestra esperanza era encontrar piedras empotradas donde poder crear anclajes con el taladro. Inicialmente, encontramos varias piedras de buena calidad, y avanzamos a buen ritmo recuperando cuerda, pero a mitad descenso las rocas comenzaron a escasear, y tuvimos que hacer unas desescaladas medio jaladas del pelo que le fruncirían el esfínter a cualquiera. En los últimos cien metros terminamos haciendo anclaje natural alrededor de unos arbustos y después de una larga jornada alcanzamos el fondo del barranco al ser alrededor de las 3:30 p.m.

 El tributario era angosto, oscuro, con un flujo de agua constante, y extremadamente rectilíneo, como el cañón de un fusil. Aquí les presentamos la Garganta de Satanás:

Nos colocamos los wetsuits Vade Retro (cortesía de nuestros patrocinadores PETZL y Uhuru Outdoors, quienes también nos proporcionan los parabolts de acero inox para esta y demás rutas de Toros) y arneses y estábamos listos para ingresar al agua. Eran ya las 4pm, nos quedaba muy poca luz de día, pero no podíamos ver ningún lugar para montar campamento, así que nos tocó seguir avanzando...

Y avanzamos… Por horas, montando rappel tras rappel en la oscuridad de la noche, a la mera luz de nuestras lámparas de cabeza. La garganta no parecía acabar y algunos rappeles eran bien difíciles, y Allan tuvo que navegarlos en una oscuridad casi absoluta ya que su lámpara de cabeza estaba fallando. Agotamos la primera batería del taladro, pero por suerte andábamos una segunda (y de fallar esa, un buril de mano). Finalmente, Scott y su ojo atento reconocieron que habíamos alcanzado la unión con el río Anonos. Eran alrededor de las 9pm, pero aún seguíamos en un tramo estrecho de río con agua fluyendo y sin sitios aptos para acampar, así que seguimos avanzando…

Como a las 10pm identificamos una pequeña mancha de vegetación al borde del cauce con unos arbustos donde tal vez se podían montar dos hamacas. Unos cien metros más abajo dos arbolillos ofrecían espacio para otra. Scott y Allan montaron sus hamacas en la primera mancha y yo me fui a montar la mía río abajo. Ya para las 11pm cada uno tenía su campamento montado y estaba alistando comida. Para la medianoche estábamos metidos en nuestros capullos.

Parte 2 – El Corazón de La Bestia

Scott mira el inicio de los estrechos del Río Anonos desde la cabecera de un rappel. Foto: Daniele Rocchi

A las 5am desperté después de una noche bastante fría. Suelo ser el que se despierta primero, y queriendo darles a mis compañeros un mayor rato de descanso después de un día tan pichazeado, permanecí en mi hamaca hasta las 6am, hora en la que me levanté, preparé mi desayuno, y recogí campamento. El día amanecía gris y húmedo, lo cual me preocupaba un poco. Eran las 7am, pero aún no veía señal alguna de Scott y Allan (recuerden, ellos estaban acampando unos 100 o 150 metros río arriba).

“Ellos llevan cocina de gas, seguro tuvieron que filtrar agua y hervirla para preparar su comida; van a necesitar un poco más de tiempo. Voy a esperar, de aquí a las ocho tienen que aparecer listos para arrancar” Pensé.

 A las 8 am, nada… Me puse el wetsuit y arnés y me devolví caminando hasta el campamento de ellos y… seguían ruleando…

 Después de una breve polémica, tomé el taladro y me fui a armar el primer rappel del día mientras ellos desarmaban campamento y comían algo frío a la carrera. Analizando el primer rappel, existía la posibilidad de armarlo en una minicaverna donde el chorro de agua caía directo a una poza profunda. Hubiera sido un rappel muy tuanis, pero en aras de conservar batería del taladro y protegerlo de llevar más humedad decidí no sacarlo de sus bolsas impermeables y más bien opté por anclar natural a un árbol a la izquierda del cauce, donde estaríamos menos expuestos al agua. En un lugar tan inhóspito y de difícil acceso el taladro es nuestra línea de vida, nos permite crear anclajes en caso de que no hubiera opciones naturales. Quedarse sin taladro y tener que recurrir al buril de mano sería casi una tragedia, y limitaría muchísimo nuestra capacidad de avance.

 Como a las 9am llegaron Scott y Allan ya listo para avanzar. Y así transcurrió la mañana, con un leve estrés por arrancar tan tarde, algo de preocupación por el clima que no lucía favorable, y procurando armar natural para evitar exponer el taladro a un accidente.

Allan salta en las entrañas de la Bestia. Foto: Daniele Rocchi

Llegamos a la parte donde el río Anonos se convierte en una hermosa garganta de paredes verticales, y encontramos un primer rappel. Había opciones naturales en el sitio, pero Scott insistió que para este descenso valía la pena usar el taladro.

Por suerte insistió en usarlo, dado que cuándo lo sacó de la doble bolsa impermeable, el pobre rotopercutor Bosch estaba empapado, literalmente nadando en agua. Miramos la escena horrorizados, y Scott sintió que era mi culpa por haber cerrado mal las bolsas impermeables. Otra sesión de polémica más tarde (donde tal vez intercambiamos un par de madreadas) y al final terminamos con un abrazo reconciliatorio. Si la situación se pone ruda, hay que mantenerse unidos como equipo, no estar peleando. Ni modo, había que seguir avanzando.

Scott rapeleando estilo Toros, por el puro chorro. Foto: Daniele Rocchi

Para maximizar la posibilidad de que el taladro se salvara, decidimos no usarlo más si era posible, así que nos pusimos creativos en encontrar opciones de anclaje natural. Extrañamente, estando ya en el río Anonos, deberíamos de haber estado encontrando los anclajes armados hace 4 años en media erupción volcánica, pero en rappel tras rappel no encontrábamos NADA; era cómo si nuestra odisea hubiese sido alucinación. En aquellos días de antaño, previo al patrocinio de PETZL, debido al costo, usábamos anclajes de no muy buena calidad: ¿Será que se oxidaron a tal punto que se pulverizaron? ¿Será que en este rappel no pusimos? ¿Será que una crecida se los llevó? ¿Será que hay musgo creciéndoles encima? Era un poco extraño y preocupante.

Finalmente llegamos arriba de La Lavadora y aparecieron un par de los antiguos anclajes: oxidados y golpeados, con un tramo de cordino super hecho mierda ahí aguantando aún, con la coraza pelada en grandes tramos y el alma expuesta. Me sentí identificado con los anclajes y a la vez agradecido con ellos, también feliz de encontrar una evidencia de nuestro antiguo recorrido. No había donde anclar natural así que nos colgamos de los parabolts oxidados y deteriorados y dijimos una pequeña oración mental a San Romedio. Además de las precauciones espirituales, también optamos por descender las mochilas con una cuerda para nosotros poder rappelear ligeros.

El sol finalmente salió a brillar, y nuestro estado de animo se alivianaba con la luz solar y con el saber no encontrarnos lejos de la salida. Almorzamos ligero y seguimos progresando por los estrechos del Anonos, hasta que finalmente nos encontramos arriba de La Vuelta del Cañón. Desde abajo no se ve la catarata completa, solo una parte. En realidad, es bastante alta e impresionante, casi 80 metros de caída de agua, con dos chorros interceptándose mutuamente a mitad caída.

Nuestra idea era rappelear directamente por el chorro de agua del Anonos, pero dado que no había anclajes naturales y que no queríamos usar el taladro, regresamos a nuestro antiguo anclaje de hace 4 años a la derecha de la catarata, el cuál encontramos intacto. Bajaron Scott, Allan y finalmente yo, interceptando el agua por un último chapuzón en esa maravillosa catarata. Abajo celebramos la alegría que se siente estar vivos y soñamos con una deliciosa comida caliente de la soda durante la larga caminata hasta el centro del pueblo.

¿Lecciones aprendidas? Lo dije antes: no existe Bestia corta. La Bestia es la Bestia, por donde sea que se le mire, y el que quiera regresar ahí, mis respetos: es una buena pichaseada. De mi parte, creo que dos veces en La Bestia fue suficiente. Adiós Anonos!